Cuando pensé que la Navidad había cambiado
- Orlando Rodríguez Fonseca

- 8 dic
- 2 Min. de lectura
“¿Por qué gastan el dinero en lo que no es pan, y su trabajo en lo que no sacia?”
—Isaías 55:2 (NBLA)
Recuerdo que, en mi infancia, el Niñito Jesús parecía conocer mis anhelos. Me levantaba emocionado porque debajo del árbol podía aparecer cualquier cosa: bicicletas, canastos, consolas… regalos que parecían hechos a la medida de mi alegría. Yo pensaba: “El Niñito Jesús sabe lo que hace.”
Pero un día todo cambió. Aquel año me dejó una motora de colección. Una motora… que no se podía usar. Atornillada. Inmóvil. Incomprensible para un niño que quería jugar. Miré el regalo y pensé: “¿Y esto para qué me sirve?” Intenté sacarla, pero escuché la voz de mi padre: “¡No, no la saques! Es de colección.” Ahí comprendí —o creí comprender— que algo había cambiado. Sentí que la Navidad se había acabado para mí. No porque la Navidad hubiese perdido belleza, sino porque yo percibía que los regalos habían perdido “calidad”.
Esa reacción infantil se parece demasiado a mi corazón adulto. Mientras la vida me da lo que quiero, todo está bien. Pero cuando llega algo inesperado, algo que parece “menos” de lo que yo quería… entonces siento que algo se apaga. ¿Por qué? Porque, igual que ese niño frente a la motora inmóvil, mi corazón muchas veces busca llenar su insatisfacción con cosas pasajeras. Voy detrás de logros, metas, posesiones, validaciones… y en ese esfuerzo puedo quedar atrapado en ansiedades y preocupaciones.
La verdad es que mi alma siempre va “en pos de algo”. Quiere propósito. Quiere plenitud. Pero a veces lo busca en lugares donde nunca podrá encontrarlo.
Aplicación
Hoy quiero preguntarme con honestidad:
¿En qué estoy colocando expectativas que solo Dios puede satisfacer?
Quiero que el Señor me enseñe a no medir la bondad de mi vida por los “regalos” que recibo, sino por la fidelidad del Dios que nunca cambia, aunque mis circunstancias sí cambien.
%20(100%20x%20100%20px).png)



Comentarios