El regalo que nunca pierde valor
- Orlando Rodríguez Fonseca

- hace 6 días
- 2 Min. de lectura
Lectura base:
“Gracias a Dios por Su don inefable.” —2 Corintios 9:15
“El Hijo del Hombre… vino para dar Su vida en rescate por muchos.” —Marcos 10:45
Quiero volver a mi motora de colección.
Aquel regalo extraño, inmóvil, atornillado en una base que no podía usar.
Ese último regalo me hizo pensar que el Niñito Jesús se estaba olvidando de mí.
Que ya no me daría nada más.
Que la Navidad había perdido su sentido.
Pero mientras fui creciendo, entendí algo que cambió por completo mi forma de ver la Navidad:
Él ya me había dado el último y verdadero regalo.
Y ese regalo no vino en una caja.
No tenía lazo.
No tenía envoltura bonita.
Tampoco estaba atornillado en una base decorativa.
Su verdadero regalo estuvo colgado en una cruz.
Cuando Él tomó mi lugar sabiendo quién soy.
Cuando me libró de la condena.
Cuando me dio salvación por gracia.
Cuando me ofreció una vida que ningún tesoro terrenal puede igualar.
Ese fue —y sigue siendo— el mejor regalo que he recibido.
Un regalo que no se oxida, no pierde valor y nadie puede quitarme.
Por eso, en esta temporada, mientras veo luces, mientras abro regalos, mientras celebro… quiero recordar que nada de eso define la Navidad.
La verdadera Navidad es Cristo.
Y atesorar en el cielo comienza cuando tu corazón aprende a valorar lo eterno más que lo momentáneo.
Cuando Cristo se convierte en tu tesoro, todo lo demás encuentra su lugar.
Aplicación
Hoy detente un momento y di:
“Mi mejor regalo no estuvo debajo de un árbol… estuvo colgado en una cruz.”
Agradece a Jesús por Su don eterno,
y pídele que tu corazón siga aprendiendo a valorar lo que permanece
y a soltar lo que se acaba.
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