La Luz Que No Se Apaga
- Orlando Rodríguez Fonseca

- 4 dic
- 2 Min. de lectura
Texto base: Isaías 9:2 (NBLA)
El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
Cuando Isaías habló, el pueblo estaba sumido en oscuridad. No era una oscuridad simbólica, era real: miedo, opresión, amenazas externas, confusión interna, pecado, idolatría.
Habían buscado todo tipo de soluciones humanas: pactos políticos, líderes injustos, adivinos… todo menos a Dios.
La vida de Israel era como una casa que empieza a derrumbarse: todos culpan al viento, pero el problema real está en los cimientos.
Por fuera, Asiria soplaba fuerte… pero por dentro, el corazón del pueblo estaba fracturado.
Y es ahí donde Isaías hace algo sorprendente:
enfoca la oscuridad solo para que la luz brille más fuerte.
Porque la respuesta de Dios no fue un rey mejor, ni una estrategia política, ni un respiro temporal…
La respuesta fue una Persona.
Una Luz enviada desde el cielo.
Un Niño que nacería.
Un Hijo que sería dado.
Un Rey eterno llamado:
Admirable Consejero
Dios Poderoso
Padre Eterno
Príncipe de Paz
La Navidad nos recuerda precisamente esto:
Dios no vino a darnos un alivio momentáneo…
vino a destruir la oscuridad desde la raíz.
Israel había tenido muchos libertadores humanos. Todos lograron cambios temporales.
Pero ninguno pudo cambiar el corazón.
Solo esta Luz —Jesús— puede iluminar lo interno, sanar lo que no se ve, e intervenir donde nadie más puede llegar.
Y esa misma Luz sigue brillando hoy en tus tinieblas, en tus valles, en tus cimientos internos debilitados… no para darte un respiro, sino para darte vida.
Preguntas para reflexionar hoy:
¿Estoy culpando mis circunstancias cuando el verdadero problema está en mis cimientos?
¿Qué área de mi corazón necesita que la Luz de Cristo entre y transforme?
¿Estoy buscando libertadores temporales… o estoy acudiendo a Jesús, la Luz eterna?
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