Carta a la Iglesia
- Orlando Rodríguez Fonseca
- 28 mar 2021
- 2 Min. de lectura

Que nuestros ojos no dejen de brillar
Como rocío en tierra seca. Así podemos describir ese primer lunes cuando nos reunimos a cantarle a Dios y escuchar Su Palabra. Algunos, no lo planificaron. Simplemente llegaron de imprevisto. Otros, se fueron agregando después de aquel lunes. Algunos, nos reuníamos con miedo, pues las heridas que recibimos fueron profundas. Le preguntábamos a Dios; ¿Podrás todavía hacer algo con nosotros? ¿Murieron nuestros sueños y todo lo que Él había hablado? Nos dimos cuenta que no. Que estaban tan latentes y fuertes como las olas golpeando las rocas en una tormenta. Más vivas que los rayos del sol en un caluroso verano.
Comenzamos a reír juntos. También lloramos, pero esta vez no en la soledad; había un hombro consolador, unos oídos dispuestos a recibir todo el desahogo y desasosiego de nuestra alma y un Dios instrumentalizando la boca de nuestros hermanos para hablarnos.
De noches de refrigerios, los lunes, nace una iglesia en un pequeño gazebo, donde cada noche se convertía en el lugar de encuentro con Dios. Nuestros ojos comenzaron a brillar como estrellas en una oscura noche. Para muchos, el brillo, les parecían faros indicando el camino ante una gran tempestad. Muchos vieron el brillo de ellos y se acercaron a ver en dónde se conseguía la fuente de tanta luz. Primavera nacía en nuestra alma y era tan desbordante que nuestros ojos lo manifestaron.
Nos convertimos en un lugar de esperanza; un lugar donde volver a comenzar es una realidad. El brillo de nuestra alma reflejada a través de nuestros ojos se aumenta cada vez más a medida en que nuestras voces se alzan en adoración y nuestros oídos se prestan para escuchar Su voz.
Hoy cumplimos dos años desde aquella decisión que tomamos bajo la dirección y obediencia a Dios. No ha sido fácil. Hemos encontrado obstáculos y desafíos; inviernos han querido aplacar nuestra pasión. En ocasiones la brillantez en nuestros ojos se ve amenazada a apagarse, sin embargo, como fuego que resurge entre cenizas, somos animados por el poder de su presencia y el compañerismo de este lugar.
Es como si el mismo Espíritu dijera: ¡Vamos, No te rindas! ¡Vamos, No dejes que tus ojos dejen de brillar!
Hoy como eco de la voz del Espíritu te animo a que sigas hacia adelante. A que enfrentes cada gigante en el nombre del que te llamó y tomó por soldado. Te animo a que, en el momento de debilidad, te sumerjas en su amplia y profunda gracia. Te exhorto a que no te dejes amedrentar por voces extrañas que quieran entorpecer tu camino. Que día a día vayas a la cruz y que cada encuentro con ella te sirva como aceite que enciende tu lámpara.
Hoy te animo a que tus ojos no dejen de brillar, porque en la más cruel oscuridad, verán a Dios.
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