La escuela del encierro
- Orlando Rodríguez Fonseca
- 22 ago 2020
- 4 Min. de lectura

El año 2020 ha traído consigo una serie de eventos que, si somos sinceros, en la vida jamás pensaríamos atravesar. Como ejemplo de esto, todos nosotros hemos sufrido la amenaza de una enfermedad que hasta el momento no existe alguna vacuna para contrarrestarla. Ante esta situación, en los primeros meses de la llegada del Covid-19 a la Isla se nos ordenó un encierro domiciliario para salvaguardar nuestras vidas de esta pandemia. Para muchos el encierro fue desesperante, para otros un proceso de aprendizaje donde pudieron ver cosas que no veían o que desentendían, pero al estar encerrados se les hizo imposible ignorar. Ese fue mi caso, aprendí ciertas cosas que me han ayudado en mi relación con Dios. Probablemente las sabía y las omitía, pero no fue hasta matricularme en la escuela del encierro donde pude aprender de esto con más claridad.
La vida es frágil, puede romperse en cualquier momento
Son eventos como este que nos ayudan a entender lo frágil y limitado de la vida. La vida es cambiante; en un momento estamos bien, en otro nos encontramos en una mala situación. Cambiamos constantemente de salud a enfermedad, de abundancia a escasez o de una zona de bienestar a uno totalmente contrario. De hecho, para experimentar estos cambios lo único que se requiere es estar vivo.
Así que aprendí que la vida es frágil y limitada. El libro de Job nos dice: “El hombre, nacido de mujer, corto de días y lleno de turbaciones…” (Job 14:1). El apóstol Pedro reflexiona sobre nuestra fragilidad diciendo: “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1P. 1:24).
Por lo tanto, comprendí que, ante tal fragilidad y restricción, necesito una seguridad. Pablo sabía esto. Él había experimentado momentos cambiantes en la vida y había tenido impedimentos como todos nosotros. De hecho, cuando se encontraba en la parte final de su ministerio y de su vida, se atreve escribirle a Timoteo y decirle: “Por lo cual asimismo padezco esto [la prisión];pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (1Tim. 1:12). ¿Qué nos quiere decir Pablo? Que, ante lo frágil y limitado de la vida, la seguridad de una persona radica en el único ser que tiene el poder suficiente para guardarla; Dios.
Puedo tener el momento más adecuado para buscar a Dios, pero no quiero
En un momento donde te encuentras todo el tiempo en tu casa lo lógico es que culmines ciertas tareas que tenías atrasadas y, en el caso del creyente, poder recuperar ese tiempo con Dios y el hacer el bien que el trabajo y el afán nos ha quitado. Pero seamos sinceros, tuvimos en la cuarentena mucho tiempo de ocio y no lo aprovechamos. No fue falta de tiempo, no fue que no lo pensamos; fue simple y sencillamente que nos dejamos vencer ante la lucha constante que tenemos para hacer el bien. Pablo dice: “Yo sé que, en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago” (Rom. 7:18). Pablo no está diciendo que era incapaz de hacer el bien, sino que podía hacer más de lo que hizo. No sé tú, pero yo confieso mi pecado. Yo podía hacer más, podía estudiar las Escrituras más, orar más, escuchar y prestar atención a una buena predicación o estudio bíblico mejor, a hacer el bien y satisfacer alguna necesidad más de lo que comúnmente hago. Sin embargo, me dejé vencer por mi naturaleza caída. Por lo tanto, aprendí que, aunque la Biblia afirma que Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad, no me exime de cumplir mi responsabilidad en estar alerta y caminar por las obras que Dios preparó de antemano.
El problema del pecado es un asunto del corazón, no del escenario
Encerrado en mi casa durante la cuarentena pude expresar lo siguiente: “¡Qué bien!, las tentaciones en los distintos escenarios de mi vida cotidiana se van a limitar, porque solo estaré en casa”. ¡Qué engañado estaba ante esa idea! Aprendí que el escenario no importa cuando se trata del pecado, pues Adán y Eva tenían el lugar más perfecto jamás creado, sin embargo, no les fue suficiente para no ceder a la tentación. Por otro lado, nuestro Salvador fue llevado al lugar más inhóspito y peligroso de la Tierra para ser tentado y se mantuvo firme, sin ni siquiera pensar en la probabilidad de ceder ante Satanás.Entonces aprendí que el asunto del pecado es un asunto del corazón y no del escenario que se presente. El profeta logró entender esto y decir: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”(Jer. 17:9). Por lo tanto, tuve que entender que no debo confiar en mí mismo. Argumentos como: “Si las cosas estuvieran mejores, sería mejor cristiano” o “Si no tuviera este problema no cedería a la tentación”, son vestiduras con “hojas de higuera” para auto justificar nuestras faltas.
Una cosa más
Una cuarta cosa aprendí de este encierro y es la que da aliento a mi corazón como creyente. Es el hecho de que, si he reconocido estos tres puntos, si estoy dispuesto a seguir batallando para corregirlos; es porque su gracia todavía está obrando en mí. Su favor inmerecido me recuerda mi debilidad para que yo la pueda reconocer ante Él y su potencia se perfeccione en mí. Su gracia no es una licencia para pecar. Tampoco una licencia paraomitir toda esta enseñanza en la escuela del encierro. Su gracia despierta mi mente a lo que Dios quiere que aprenda y mejore. Su gracia me sostiene en mi debilidad.En su gracia siempre tendré un espacio para que pueda mejorar.
En resumen, aprendí que soy frágil y limitado; que necesito alguien que me ofrezca seguridad. Aprendí que soy incapaz de buscar a Dios como debería y que no debo confiar en mí. Aprendí que mi corazón pecador se manifiesta no importando el escenario o las circunstancias, que si no estoy consciente de eso puedo flaquear. Aprendí que el poder ver todo esto es porque Su gracia me sostiene y abre la puerta a la seguridad de poder cambiar. En esta escuela del encierro, aprendí y experimenté el glorioso evangelio. Y tú ¿Qué aprendiste?
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